El Koense se había entretenido en abordar un minuciosos catálogo de las
cualidades de los alimentos más comunes en la Grecia de su época, y sus
posibles efectos beneficiosos o nocivos para la salud. Hipócrates fue el
primero en razonar que la dieta estaba muy ligada al bienestar de las
personas, y propuso diversos régimen alimenticios según estados de ánimo, malestares
y edades del paciente. Señaló así, por ejemplo, que los quesos envejecidos y la
carne excesivamente saladas dañaban el hígado, y en cambio las zanahorias y el
apio eran diuréticas. Para Hipócrates los rábanos combatían la hidropesía
y en cambio la cebada con miel era ideales como laxante. También
aconsejaba a los jóvenes de temperamento caliente que comieran pescado fresco y
legumbres frías y húmedas, para aplacar sus ansias, mientras a los ancianos
melancólicos les recomendaba consumir más vino y carnes calientes, para
levantar el ánimo. En verano eran preferibles los platos ligeros y pescados a
la plancha, mientras que en invierno era preferible a comer platos calientes
cargados de especies.
Todas estas conclusiones no eran sugerencia que le venían dadas por ningún
oráculo, en conexión directa con el Olimpo, sino fruto de la experiencia y
la razón a las que llegó tras elaborar una teoría, que en términos científicos
actuales sería muy difícil del defender. Para Hipócrates, el cuerpo humano
estaba organizado en torno a cuatro líquidos (o humores) cuyo equilibrio
indicaba el estado de salud de la persona. Los alimentos ayudaban a cuadrar
esos equilibrios, y una buena o mala dieta podía mejorar o empeorar un
determinado cuadro clínico. Su hipótesis se sustentaba además en que había
cuatro ejes que determinaban la manera que el alimento se transformaba en
interior del cuerpo y eso influía en la calidad de los cuatro humores producidos
por el organismo. Esos cuatro ejes alimenticios de la teoría hipocrática eran:
caliente-frío; seco-húmedo; dulce-amargo y crudo-cocido.
Afortunadamente, la dietética ha avanzado notablemente desde entonces y la
base de las propuestas de Hipócrates son del todo inasumibles. Pero en cambio,
resulta sorprendente como el de Kos pudo acertar en muchos de sus análisis
alimenticios, tal como han demostrado los avanzados análisis nutricionales
actuales, a pesar de que las bases de su teoría no se puedan sustentar.
¿Un Dr. House para la
medicina griega?
En cualquier caso, y a pesar de sus errores teóricos, lo que sí hay
que reconocerle a Hipócrates es que fue uno de los primeros en concebir
que una adecuada alimentación era necesaria para disfrutar de buena
salud, y que sus recomendaciones, en general, tenían mucho a ver con las
propuestas alimenticias que ahora nos sugiere la Organización Mundial de la
Salud a través de los beneficios científicos de la dieta
mediterránea.
Probablemente, en los buenos consejos de Hipócrates influyeron los
hábitos alimenticios que tenían los griegos de su época, y que se basaban en
una dieta que no era precisamente rica, ni abundante en proteínas. Por ello,
sin saberlo, ni ser consciente Hipócrates, este especie de Dr. House de la
medicina griega, fue posiblemente el padre intelectual de lo que hoy
conocemos como dieta mediterránea.
¿Y qué comían los griegos de los tiempos de Hipócrates? Raquel López
Melero, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, nos señala en Así vivieron
en la antigua Grecia (Anaya, 2009) que la base de la alimentación de esos
griegos de hace 2.500 años eran los cereales: trigo y tortas de cebada. También
consumían legumbres, aceitunas, higos, nueces, miel y gran cantidad de cebollas
y ajos. Las frutas frescas, con la excepción de las uvas en tiempos de la
vendimia y algunos frutos del bosque, eran escasas. Las proteínas procedían
mayoritariamente del queso (de cabra y oveja) y el pescado (especialmente azul:
sardinas y boquerones). Se comía a la vez mucho salazón, dado que éste era el
único sistema disponible de preservación de los alimentos en una tierra
calurosa que no conocía aún los poderes conservantes del frío.
La Grecia de entonces, como la de hoy, es tierra yerma. Las últimas
estribaciones de la península de los Balcanes son terrenos difíciles de
cultivar por su orografía montañosa y la escasez de agua. Además,
las altas temperaturas que se consiguen allí en verano y la poca
fertilidad de los suelos determinaron que la dieta que se seguía en
Grecia era pobre en carnes, incluso la de cerdo (un auténtico lujo
para los festines de los habitantes del Egeo) dada la falta de pastos. En
cambio, dado los innumerables kilómetros de costa era rica en pescado.
¿Cómo llegó Hipócrates a sus conclusiones? Éste había nacido en una familia
que era depositaria de los secretos de Asclepio, el dios de la medicina griega,
en torno al año 460 a. de C. Tuvo seguramente una larga vida. Algunas fuentes
incluso señalan que llegó a los 80 años, aunque otras indican que falleció en
el 377 a de C, con los cual llegó a vivir 63 años. En cualquiera de los casos
una larga vida según los parámetros de la época. Su padre Heráclides
le instruyó en la medicina tradicional, que aún tenía una sólida base
mágica y religiosa, por que hasta entonces el médico era más bien un sacerdote
dedicado al culto de Asclepio más que un sanador en el sentido moderno del
término. Por eso en algunas crónicas se le denomina el “asclepiada” como
apelativo.
Hasta la época de Hipócrates, los asclepiades como el padre de Hipócrates
eran intermediados entre el dios de la medicina y el enfermo. Recogían las
ofrendas que se realizaban en el santuario, ayudaban a los pacientes a realizar
las libaciones y aconsejaban a los peregrinos como bien podría hacerlo un
chamán. No obstante, habría que matizarse que los médicos en Grecia (o propiamente
los servidores de Asclepio) nunca fueron, incluso en su época más arcaica,
magos o brujos como sí sucedía en otras culturas de la Antigüedad. Como bien
cuenta el profesor Luis Gil, emérito de la Universidad Complutense de
Madrid, en Therapheia (Triacastela, 2004): la mención más antigua que se
conserva de la profesión médica en Grecia se encuentra en una de las tablillas
de Pilos (de época micénica, hace 3.500 años), y ya allí se les identifica como
iatros. Disfrutaban ya entonces de elevado status social y sus funciones eran
diferentes con respecto al sacerdote (hiereus) y al adivino (mantis).
El legado del sabio de
Kos
Hipócrates, no fue un discípulo de Asclepio como su padre. Viajó por todo
el Mediterráneo oriental y conoció los avances de las medicinas de Egipto,
Mesopotamia y Anatolia, así como sus técnicas quirúrgicas y sus
farmacias. También se desplazó a Atenas y conoció a Sócrates -y alguno de sus
seguidores- que aplicaban la razón y la experiencia a sus reflexiones sobre la
naturaleza. Un saber que Hipócrates aprehendió y aplicó a los procesos
curativos de los asclepiades, hasta el punto de crear una escuela propia de
medicina en su isla natal. Fue, por ello, probablemente el primero en
Grecia que entendió que debía separarse la medicina de la magia, y por ello
debía intentarse comprender el porqué de las enfermedades y sus posibles
curas.
Como señala Roy Potter en su Breve historia de la medicina (Taurus,
2003) la medicina hipocrática tenía grandes deficiencias por que sabía poco de
anatomía o fisiología, pero logro designar la enfermedad como un trastorno del
individuo. “La vida es corta, el arte duradero, la oportunidad efímera, la
experiencia engañosa, el juico difícil” proclama el primero de los aforismos
hipocráticos.
Nos falta saber mucho aún sobre la vida de Hipócrates. Aunque Platón y
Aristóteles hablaron de él, en verdad se desconoce casi todo. La profesora de
la Universidad de Barcelona, Eulàlia Vintró, en su introducción a la traducción
del Corpus Hipocraticum que publicó la prestigiosa Fundación Bernat
Metge, cuenta que Hipócrates ganó mucha fama en la Grecia del siglo V a. de C.
por su actividad terapéutica y “fue objeto de admiración tan grande que
incluso Perdicas, rey de Macedonia, tísico lo llamó públicamente”. No obstante,
Hipócrates descubrió que la enfermedad del monarca no era somática sino
anímica, y que Perdicas estaba en verdad enfermo de amor por una de sus
concubinas, Filás. Rechazó entrar al servicio de los persas y evitó con sus
recomendaciones que una epidemia de peste procedente del país de los Ilirios
afectara a los ciudadanos del Ática.
Hipócrates murió viejo, y fue enterrado en un lugar aún hoy conocido de
Tesalia, por que durante mucho tiempo hubo allí un enjambre de abejas, cuya
miel era utilizada por las nodrizas para fortalecer a los recién nacidos. Tal
vez fuera ese su último legado.
En la isla de Kos, no obstante, aún se cree que sobre Hipócrates no se
ha escrito la última palabra. ¿Acaso la isla no merecería ser reconocida
por Unesco como cuna de la dieta mediterránea? ¿A que esperan las grandes
multinacionales de la alimentación a rendir un reconocimiento a este sabio griego
hijo de Kos? ¿No deberían tal vez los más importantes cocineros y maestros del
yantar visitar la isla, y tal vez proyectar desde allí la cocina saludable que
debería alimentar la humanidad los próximos 2.500 años?
Quizá en un momento tan agitado y triste como el que viven los griegos de a
pié del siglo XXI sería el momento de empezar a pagarles nuestra deuda con su
historia, aunque solo sea por los derechos de autor de todo este saber. Y para
empezar… ¿Qué tal si este verano nos vamos a la isla de Kos? La aerolínea
Vueling tiene unos interesantes vuelos directos desde España.
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